( desde la discusión
con los niños)
Desde que aparecen ( y aún antes), los niños son expuestos como criaturas sin límites frente a sus
padres, autoritarios e incluso agresivos. La reacción que experimentan al
enterarse de que George y Lydia planean apagarla casa por un tiempo es, por lo
desmedida, una demostración de que no
conocen lo que es una negativa por parte de sus padres (“Los dos niños estaban histéricos.
Gritaban y pataleaban y tiraban cosas.”).
Y enseguida queda claro de dónde nace la
falta de límites. Tan pronto como los niños comienzan a gritar, patalear y
arrastrarse, los padres toman actitudes completamente opuestas: George se
mantiene firme en lo que habían acordado en tanto que Lydia comienza a
interceder por los niños, o sea que comienza a ceder a la presión o chantaje de
éstos. Si Wendy y Peter actúan de este
modo es porque hace mucho que han
descubierto las contradicciones permanentes en que caen sus padres y ya saben
que pueden obtener ventaja de ello.
De los cuatro protagonistas, el padre
aparece como el más lúcido, el que llega realmente a comprender el estado al que fueron reducidos en procura
de la vida perfecta, en la carrera febril
del consumo, es por eso que, entre otras cosas dice: “Llevamos
contemplándonos nuestros ombligos electrónicos (…) demasiado tiempo” Él percibe
que han estado “Idiotizados” contemplando las maravillas tecnológicas que el
dinero les ha hecho posible comprar y han confundido eso con la felicidad, sin
ver más allá, encerrados en su propio mundo ( vivir mirándose el ombligo es una expresión metafórica que se
refiere a la actitud de no preocuparse por nada que esté más allá de
uno mismo, ignorando el resto del mundo).
No obstante la lucidez que muestra George,
él también es parte de este universo y su léxico así lo demuestra: él no habla
de que la casa será desconectada sino de que “morirá”. La familia le ha dado
una importancia tal a la casa que la considera un ser vivo.
El narrador también muestra esta forma de
pensar de los personajes cuando describe el deambular de George por la casa apagando los aparatos y
señala que que “La casa estaba llena de cadáveres”. Por otro lado, Peter le
pide a la casa (que ha sustituido a sus padres en el afecto de los niños) que
no permita que George mate todo. Ve al padre como un asesino, un monstruo, y le
desea la muerte, pero –por sobre todas las cosas- lo ve como el obstáculo para
su felicidad y, como tal, quiere que desaparezca.
Dado que Wendy y Peter han aprendido a sacar ventaja de las
contradicciones de sus padres, la insistencia y la manipulación son parte de
sus acciones. Y es un hecho que dan resultado: Lydia consigue que George les
permita abrir el cuarto unos minutos mientras él se va a vestir. Pero aquí los
roles están invertidos en muchos aspectos: la inocencia y la candidez,
tradicionalmente atribuida a los niños aparece en los padres, especialmente en
la madre quien –luego de todo lo sucedido y de todos sus temores respecto al
cuarto- deja a los niños solos allí y sube también a vestirse.
Cuando bajan, alarmados por los gritos de los niños y entran al cuarto,
les basta comprobar que la puerta fue cerrada por fuera para confirmar que
fueron víctimas de una trampa y la voz de Peter: “-No los dejen desconectar la
habitación y la casa” es casi una sentencia de muerte.
El narrador no necesita describir lo que
sucede a continuación porque ya ha dado todos los indicios para que el lector
se componga la imagen , incluso, toma algún “cabo suelto” como pueden ser los
gritos que en alguna visita al cuarto
George y Lydia creyeron escuchar y les resultaron familiares: eran sus propios
gritos, y eso demuestra que desde tiempo atrás los niños pensaban en la muerte
de sus padres.
El
cuento no termina con la horrible muerte de George y Lydia: tiene una suerte de
epílogo con la llegada del psicólogo quien halla a los niños en una atmósfera
idílica, merendando en un claro de la sabana, absolutamente en paz. Ellos
realmente están en paz porque la mayor amenaza a su felicidad ha desaparecido.
Sin embargo, la presencia de los leones connota muerte, es decir que lo
enfermizo se ha instalado de manera definitiva en la mente de Peter y Wendy.
El son abrasador sobre el rostro de David Mc
Clean y los buitres sobrevolando su cabeza ya anuncian que él será la próxima
víctima porque también representa una amenaza para la alienada felicidad de
estos dos niños que, como Peter Pan, no quieren crecer, y han hecho del cuarto
de juegos su País de Nunca Jamás.
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